sábado, 30 de julio de 2016

EL ÁNGEL DE LA GUARDA



imagen vía: fancueva.com
...La voz maquinal de María seguía llenando todo el espacio, como si el universo entero girara en torno suyo.
—Ya no hubo boda, tampoco finales de carrera, ni niños más tarde…
Después fue remitiendo el hedor. No del todo, pero sí lo suficiente para permitir una atmósfera que pudiera respirarse. Giré la cabeza, con miedo a descubrir un nuevo cambio en el aspecto de María. En efecto, no paraba de transformarse. Ya se había deshinchado y presentaba una apariencia mustia. Los tendones del cuello sobresalían como cuerdas tensas. Sus carnes se estaban consumiendo y las primeras arrugas hacían acto de presencia. Volví la vista a la carretera. Ella seguía oyéndose hablar.
—Mi madre también tenía ilusión con la celebración de mi boda. Siempre decía que hacíamos buena pareja. Incluso tenía una foto nuestra encima del televisor. Se debió de quedar muy triste. Las locuras, por desgracia, a veces cuestan caras, y no solo afectan a quienes las comenten, los que les rodean también pagan un alto precio por algo en lo que no han intervenido. No lo olvides nunca, cuando caemos, casi nunca lo hacemos solos, arrastramos en nuestra caída a todos aquellos que nos quieren. Si dejáramos de ser tan egoístas, si pensáramos alguna vez en los demás, evitaríamos muchos momentos amargos.
Le eché una mirada por el rabillo del ojo. No me atrevía a verla cara a cara. Su aspecto, siempre cambiante, podía ofrecerme horrores inimaginables. Por encima de todo existía aquella proximidad. ¡Estábamos a solo unos centímetros uno del otro!
Resultaba horrible observar aquellas transformaciones justo a mi lado. Lo peor de todo, pienso yo, era ver aquella boca muerta pronunciar su discurso cargado de razón con su voz rota y hueca. Y es que estaba en lo cierto en todo lo que decía. ¡No teníamos derecho a jugarnos la vida sentados al volante de un vehículo, hartos de drogas y alcohol! Nuestras familias sufrían en silencio, esperando nuestra vuelta, mientras nosotros nos divertíamos, ajenos al ambiente de desconfianza y temor que generaban en nuestros seres queridos estas alocadas salidas nocturnas. Y ella, María, tuvo que regresar del más allá para hacérmelo comprender a mí. ¡Y de qué manera, Señor! ¡De qué manera!
Su aspecto presentaba ahora una imagen fantasmal. Sus carnes se habían disipado por completo, se diría que solo quedaba la piel pegada a los huesos. El ojo izquierdo, ya marchito, reposaba en su regazo. Bajo la falda se apreciaban unos muslos delgados, así como los brazos, que caían tristes y escuálidos. El pelo de la cabeza parecía haber crecido y se veía desgreñado y sucio. También el bello de los brazos se hizo visible, y las cejas y pestañas, que ahora unos centímetros más largas acentuaban la profundidad de las cuencas oculares, que parecían más grandes. El ojo derecho, el único que permanecía en su sitio, bailaba como una canica en el interior de un gua. ¡Y había que ver las uñas! Crecidas en exceso, daban a las manos la apariencia de garras monstruosas...


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