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...La voz maquinal de María seguía
llenando todo el espacio, como si el universo entero girara en torno suyo.
—Ya no hubo boda, tampoco finales de
carrera, ni niños más tarde…
Después fue remitiendo el hedor. No
del todo, pero sí lo suficiente para permitir una atmósfera que pudiera
respirarse. Giré la cabeza, con miedo a descubrir un nuevo cambio en el aspecto
de María. En efecto, no paraba de transformarse. Ya se había deshinchado y
presentaba una apariencia mustia. Los tendones del cuello sobresalían como
cuerdas tensas. Sus carnes se estaban consumiendo y las primeras arrugas hacían
acto de presencia. Volví la vista a la carretera. Ella seguía oyéndose hablar.
—Mi madre también tenía ilusión con la
celebración de mi boda. Siempre decía que hacíamos buena pareja. Incluso tenía
una foto nuestra encima del televisor. Se debió de quedar muy triste. Las
locuras, por desgracia, a veces cuestan caras, y no solo afectan a quienes las
comenten, los que les rodean también pagan un alto precio por algo en lo que no
han intervenido. No lo olvides nunca, cuando caemos, casi nunca lo hacemos
solos, arrastramos en nuestra caída a todos aquellos que nos quieren. Si
dejáramos de ser tan egoístas, si pensáramos alguna vez en los demás,
evitaríamos muchos momentos amargos.
Le eché una mirada por el rabillo del
ojo. No me atrevía a verla cara a cara. Su aspecto, siempre cambiante, podía
ofrecerme horrores inimaginables. Por encima de todo existía aquella
proximidad. ¡Estábamos a solo unos centímetros uno del otro!
Resultaba horrible
observar aquellas transformaciones justo a mi lado. Lo peor de todo, pienso yo,
era ver aquella boca muerta pronunciar su discurso cargado de razón con su voz
rota y hueca. Y es que estaba en lo cierto en todo lo que decía. ¡No teníamos
derecho a jugarnos la vida sentados al volante de un vehículo, hartos de drogas
y alcohol! Nuestras familias sufrían en silencio, esperando nuestra vuelta, mientras
nosotros nos divertíamos, ajenos al ambiente de desconfianza y temor que generaban
en nuestros seres queridos estas alocadas salidas nocturnas. Y ella, María,
tuvo que regresar del más allá para hacérmelo comprender a mí. ¡Y de qué
manera, Señor! ¡De qué manera!
Su aspecto presentaba ahora una imagen
fantasmal. Sus carnes se habían disipado por completo, se diría que solo
quedaba la piel pegada a los huesos. El ojo izquierdo, ya marchito, reposaba en
su regazo. Bajo la falda se apreciaban unos muslos delgados, así como los
brazos, que caían tristes y escuálidos. El pelo de la cabeza parecía haber
crecido y se veía desgreñado y sucio. También el bello de los brazos se hizo
visible, y las cejas y pestañas, que ahora unos centímetros más largas
acentuaban la profundidad de las cuencas oculares, que parecían más grandes. El
ojo derecho, el único que permanecía en su sitio, bailaba como una canica en el
interior de un gua. ¡Y había que ver las uñas! Crecidas en exceso, daban a las
manos la apariencia de garras monstruosas...
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