sábado, 16 de julio de 2016

ALMAS ERRANTES


 imagen vía: es.ign.com
...Ambos se asomaron al pasillo que recorría la planta a lo largo. Una iluminación discreta, que no interfería en el descanso de los enfermos, permitía a los ocupantes del hospital caminar con libertad. También facilitaba la visión de cuantas personas y objetos había en él.
Y no puede decirse que fuera un alivio para Israel poder ver con claridad a la gente que deambulaba por el corredor. En primer término, recostado en un asiento de cuatro plazas, vio un hombre que parecía dormitar, desmadejado y ajeno al escaso bullicio existente a esas horas de la noche. Iba ataviado con el uniforme propio del hospital. Estaba de espaldas, por lo que Israel no podía determinar el estado físico de su rostro, aunque no se le pasó por alto que mostraba un ligero aplastamiento en el cráneo, en la zona del cogote, por donde aparecía una especie de grumo blanco que le puso los pelos de punta. Miró a “su compañero”, como buscando una explicación, si la había, del estado de aquella presencia muda que yacía en la penumbra, y este se encargó de la correspondiente aclaración.
—Ese hombre murió de un golpe en la cabeza que se produjo aquí, en el hospital.
—¿Qué me está usted contando?
—Una tarde vino acompañando a su esposa, que había cogido la gripe y fue ingresada con el fin de hacerle unas pruebas porque padecía del pulmón. Estando aquí, aquella noche él sufrió un desvanecimiento, pero por lo visto el personal de guardia “estaba demasiado atareado” y tardó una eternidad en atenderlo como la situación requería. Mientras esperaba esa atención que tanto se retrasaba, le dio otro mareo. Al caer, se golpeó la cabeza con el soporte de un asiento, y cuando llegaron los médicos ya era tarde. Ya era portador nocturno de las vergüenzas del hospital. Igual que lo soy yo.

Israel tenía una vaga intuición acerca del significado de las palabras del horrendo ser que se empeñaba en servirle de guía aquella noche, pero no se atrevía a tenerlas ni en la más mínima consideración, porque ello indicaba que estaba penetrando en un mundo demencial que, aun sintiéndose limitado de facultades tras la operación y la escasa oportunidad de descansar que había tenido, algo en su interior rechazaba de plano. Quizá fuera el sentido común, aliado con el miedo irracional que le producía el intruso y las increíbles historias que comenzaba a contarle.
—No entiendo lo que trata de decirme.
—No te preocupes, que acabarás teniéndolo todo muy claro. Ahora, sígueme —dijo el otro saliendo al pasillo, y comenzó a caminar con aquella lentitud característica que presidía sus movimientos, como si en verdad le costara un gran esfuerzo cada paso que daba.
Titubeante, aunque picado por la curiosidad, Israel echó a caminar detrás de él.
De frente venía una mujer, también vestida con el camisón habitual. Entre sus brazos yacía un bebé envuelto en una pequeña manta que apenas dejaba ver su cara. La madre tenía parte del rostro velado por una película de sangre seca y un ojo cerrado a una profundidad que evidenciaba la falta del globo ocular. Aparte de esto, Israel pudo ver que por la zona de la entrepierna se extendía una gran mancha oscura. Todo parecía indicar que se había desangrado.
La mujer pasó por su lado, con aquel caminar pausado, renqueante. No los miró. Tampoco su desconocido compañero de paseo hizo algún gesto de acercarse a ella o saludarla. Pero sí se ocupó de relatarle los acontecimientos que propiciaron que estuviera en aquellas condiciones.
—Vino un día al hospital, con los dolores del parto, y tras una paupérrima exploración, el listo del ginecólogo determinó que aún estaba lejos la hora del alumbramiento. Y la mandó a casa. Aquella tarde rompió aguas, y su marido, asustado al ver que nacía el niño, se puso nervioso al volante mientras hacía de nuevo el trayecto hacia aquí. Y sufrieron un accidente. Ella y el bebé, que ya empezaba a asomar la cabeza, murieron en el acto. Otra gentileza de la eficiencia del personal hospitalario...


No hay comentarios:

Publicar un comentario