viernes, 27 de mayo de 2016

SONÁMBULO


 
vía: elmundofil
...Una noche oí pasos por el corredor. Yo estaba despierto en aquel instante, porque echaba de menos a mamá y me costaba conciliar el sueño. Me pareció un poco extraño, en verdad, pero no tuve demasiado miedo. No pensé mucho en ello y pronto me quedé dormido.

Pero los paseos nocturnos por el pasillo volvieron a repetirse, incluso acabaron convertidos en una auténtica rutina.

Y yo comencé a inquietarme. Bueno, a decir verdad, estaba muy alarmado. Puede que me defina mejor si digo que estaba muy asustado. ¿Y qué? ¿Hay algo de raro en que un niño de cuatro años se cague de miedo si oye pasos por el corredor? ¡Dios, cuánto miedo tenía! Imaginaba que de un momento a otro vería girar la manivela, y en el umbral de la puerta aparecería el monstruo del castillo o el lobo feroz. Lo vería a pesar de ser de noche, porque la persiana no ajustaba bien y a través de las rendijas penetraba una leve luminiscencia procedente de las farolas de la calle. Y cuando pasaba algún coche y sus faros iluminaban la ventana, aparecían en la pared de enfrente, incluso en la puerta misma, una serie de franjas paralelas, radiantes de luz, que se movían según la trayectoria que siguiera el vehículo.

jueves, 12 de mayo de 2016

LA INVITADA


vía: Youtube.com
La puerta del dormitorio comenzó a abrirse con un crujido prolongado que se extendió con osadía por todos los rincones de la habitación, del mismo modo en que se abren las puertas de las películas de horror.

Eva sintió una punzada de miedo antes de abrir los ojos. Desde que tres días antes llegara a casa de su padre, percibía algo que no le gustaba. Era el entorno, que ella en cierto modo notaba hostil, como si le trajera malos recuerdos, o malos presagios, o alguna otra emoción que no acababa de identificar.

Pero no era este el momento de abordar un tema tan delicado como las sensaciones que le causaba la casa o sus alrededores. La puerta de su habitación se abría. Qué bueno sería que su hija Cristina, que dormía en la habitación de al lado, acabara de sufrir una pesadilla y viniera corriendo a refugiarse en sus brazos. Pero sabía que no era eso lo que ocurría. Cristina la habría llamado. Incluso el sonido de sus pasos atropellados la precedería.

domingo, 8 de mayo de 2016

Del relato: ¿Has visto a Manuela?

Imagen vía: http://29.media.tumblr.com

Por lo que puedo recordar, sería el momento de los postres cuando escuchamos unos golpes en los cristales de la ventana.

—¡Dios mío, es ella! —dijo mi madre apenas en un susurro.

Les miré uno por uno y vi sus rostros blancos como la nieve.

—Están llamando, madre —dije, asombrado por sus reacciones—. ¿Qué es lo que está pasando?

—Es ella —la voz de mi padre, casi inaudible, siseó en el aire como si fuera premonitoria de la peor de las calamidades.

Confundido por aquel extraño comportamiento, me levanté y fui hacia la ventana.

—¡Por lo que más quieras, Pedro, vuélvete! ¿No nos has oído? ¡Es ella!

—¡Estáis todos locos de remate!

Dispuesto a no perder más tiempo con lo que a mí se me antojaba casi un juego de niños, corrí el visillo de la ventana. La estampa que vi inundó mi mente de una abominable comprensión. De no haberla visto frente a mí, jamás lo hubiera creído. ¡Ella estaba allí!, haciendo frente al frío glacial de aquella noche de perros, como nacida de esas horrendas historias que se cuentan al calor del hogar en las largas noches de invierno. Un chal negro colgaba de su cabeza, medio ocultando sus rasgos aniñados, un delantal del mismo color, raído por el uso, y una bata oscura, más antigua que la misma aldea, constituían el resto del atuendo que yo alcanzaba a ver desde el interior de la casa. No me costó ningún esfuerzo imaginarla con unas enaguas blancas, rematadas por una puntilla fina y descolorida.

jueves, 5 de mayo de 2016

La Carretera Infernal

(Imagen vía: www.hastalosjuegos.es)
El poderoso tráiler avanzaba a buena velocidad por la Carretera Nacional 526 en dirección a Orbide. Su rutilante silueta se recortaba con nitidez frente a un cielo vespertino. Un cielo salpicado por infinidad de nubecillas blancas, como copos de algodón deshilachado, adornadas por finos encajes dorados. Parecían flotar en un mar multicolor, donde se sucedían todas las tonalidades del violeta. 

El sol era una media naranja en el confín del horizonte. Parecía aferrarse a un último soplo de vida mientras luchaba contra las garras de la noche, ignorante, tal vez, de que transcurridas unas horas volvería de nuevo a ser dueño y señor del mundo. Pero ahora, en cambio, mientras luchaba con ferocidad por eludir la humillación a la que se veía abocado sin remedio, lanzaba sus últimos y lastimeros rayos, que arrancaban destellos de oro y plata de las lunas y los perfiles cromados.