viernes, 27 de mayo de 2016

SONÁMBULO


 
vía: elmundofil
...Una noche oí pasos por el corredor. Yo estaba despierto en aquel instante, porque echaba de menos a mamá y me costaba conciliar el sueño. Me pareció un poco extraño, en verdad, pero no tuve demasiado miedo. No pensé mucho en ello y pronto me quedé dormido.

Pero los paseos nocturnos por el pasillo volvieron a repetirse, incluso acabaron convertidos en una auténtica rutina.

Y yo comencé a inquietarme. Bueno, a decir verdad, estaba muy alarmado. Puede que me defina mejor si digo que estaba muy asustado. ¿Y qué? ¿Hay algo de raro en que un niño de cuatro años se cague de miedo si oye pasos por el corredor? ¡Dios, cuánto miedo tenía! Imaginaba que de un momento a otro vería girar la manivela, y en el umbral de la puerta aparecería el monstruo del castillo o el lobo feroz. Lo vería a pesar de ser de noche, porque la persiana no ajustaba bien y a través de las rendijas penetraba una leve luminiscencia procedente de las farolas de la calle. Y cuando pasaba algún coche y sus faros iluminaban la ventana, aparecían en la pared de enfrente, incluso en la puerta misma, una serie de franjas paralelas, radiantes de luz, que se movían según la trayectoria que siguiera el vehículo.

Pues bien, cada vez que esto ocurría, me tapaba la cabeza con las sábanas ante el temor de que esa serie de destellos solo sirviera para revelar la presencia del monstruo agazapado en la pared. Más tarde, cuando el coche dejaba de oírse, todavía continuaba escondido durante un rato, temiendo que la horrible bestia se hubiera escondido debajo de la cama. A veces, incluso, podía oír sus intentos de girar el somier con el fin de hacerme caer en sus garras.

No sé qué más podría añadir para hacer comprender el pánico que me provocaban aquellas misteriosas correrías nocturnas. Aunque creo que es suficiente con pensar en lo fácil que resulta estimular la mente infantil para hacerse una idea bastante exacta de lo que yo sufría.

 

Por aquellos días, la abuela estaba un poco extraña. Más bien se diría que seria. Noté que era por su hijo, mi padre. Apenas si le dirigía la palabra cuando nos sentábamos a la mesa a cenar. Antes, nunca paraba de hablar: “Bla, bla, bla, bla…”, pero ahora se había vuelto arisca y muy reservada.

Yo era demasiado pequeño para comprender esas cosas, pero notaba que mi padre estaba un poco… ¿confundido, quizá?...

 

 

 

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