domingo, 5 de junio de 2016

HISTORIAS EN EL PARQUE


 
imagen vía: es.123rf.com
 
...Se trataba de un recinto espacioso, situado junto a los nuevos límites inferiores de la reserva, resguardado del viento predominante y custodiado por la atenta vigilancia de un macizo rocoso que se elevaba con altivez señorial en la solitaria paz de la montaña. Una simple hilera de piedras dispuestas de desigual manera lo rodeaba, creando la impresión de que el lugar tenía fuerza suficiente para cuidar de sí mismo. A modo de entrada, se alzaba un amplio arco de madera, con postes tallados y ataviado con una serie de símbolos y objetos a los que mi condición de profano en la materia otorgó la categoría de tótems indios.

No podría definir, ni de lejos, las formas y colores exactos que tenían estos adornos. Y no era solo porque la luna proporcionaba una luz insuficiente para este tipo de observaciones, también había que
añadir que no me atreví a acercarme lo bastante para apreciar como es debido la belleza legendaria de estas construcciones.

En el interior del camposanto, pues era imposible albergar alguna duda sobre el fin al que se destinaba el lugar, se podían observar las imágenes más espeluznantes. Al principio, mis miradas se vieron atraídas por dos espantosas figuras que salían del cementerio a través del arco que servía de puerta. Se trataba de dos varones de buena talla, cuyos cuerpos estaban reducidos a la mínima expresión, pues desde mi escondite detrás de una roca a algunos metros de distancia alcanzaba a ver los destellos que los rayos lunares arrancaban a sus huesos cubiertos de andrajosas ropas indias.

Aparentaron ventear el aire como si me hubieran descubierto. Después, transcurridos unos segundos de duda, echaron a caminar en dirección al pantano. Detrás de ellos, otros seres hacían su aparición, pero no se podía decir que surgieran de la nada, sino que se estaban desenterrando. Unos tenían más de medio cuerpo fuera; otros asomaban la cabeza, y en un lugar concreto se veía una mano haciendo denodados esfuerzos por apartar la tierra para abrirse camino hacia el exterior. Y a medida que emergían de las profundidades de su entierro se dirigían hacia la puerta y abandonaban el recinto mortuorio para, después de unos momentos de incertidumbre que yo atribuí a una posible detección de mi presencia, perderse en la noche en busca de las aguas del pantano.

Sentí que me mareaba, destruida mi estabilidad emocional. La visión de aquellas imágenes a la luz de la luna, en un lugar enclavado quién podría saber a cuántos kilómetros de la civilización, tenía la facultad de destrozar todos mis esquemas. Mis ideas acerca de las esencias de la vida y la muerte quedaron muy dañadas, porque esta última se me presentaba de forma opuesta a como yo pensaba que era. Cualquier persona en su sano juicio no puede ver la muerte de otro  modo que no sea el final de la vida, y con él, la inmovilidad total del cuerpo mientras emprende una progresiva descomposición que le llevará a la destrucción absoluta. Pensar que una vez extinguido todo signo de vida, el cuerpo sigue dotado de capacidad para moverse por sí mismo, e incluso desplazarse de un lugar a otro, está fuera de toda lógica, y solo una mente enferma entendería que algo semejante pueda suceder. Era normal, por lo tanto, que aquellos extraordinarios acontecimientos me hicieran temer por mi salud mental...

 

 

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