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...Le resultaba imposible continuar
con los ojos abiertos. Sin darse cuenta, su cuerpo fue escurriéndose bajo las
sábanas. Al sentirse acunada por el confortable calor de las ropas, su mente
perdió el apoyo que le proporcionaba el fresco ambiente nocturno y no fue capaz
de seguir concentrada en sus pensamientos. Y estos se fueron diluyendo en el
vacío, como se fue diluyendo su resistencia.
Los primeros trazos de la pesadilla
comenzaron a dibujarse con extrema delicadeza. Algo parecido a una leve
luminiscencia fue adquiriendo intensidad, surgiendo de la pared que separaba el
dormitorio del trastero. Era ligero como una gasa, de colores y contornos
imprecisos. Después se fue concretando, y tras unos breves segundos se
fraguaron unos perfiles bien definidos.
Vio que se trataba de una figura
humana de baja estatura y complexión fuerte, que muy despacio se fue
materializando hasta adquirir un realismo sobrecogedor, y espantoso,
refulgiendo en la oscuridad de la habitación. Los ojos se veían saltones en
aquel rostro enjuto, de piel arrugada y pastosa, de un color sucio,
desnaturalizado; falto de vida. Los labios, exiguos, permitían ver unos dientes
amarillos, dibujando una sonrisa insinuante y maliciosa. Las manos caían
pesadas a los lados de un cuerpo flácido y putrefacto. Las piernas, frágiles,
se arqueaban de modo grotesco, sosteniendo a aquella criatura demencial.
Sin embargo, en medio de aquel caos
orgánico, algo destacaba con intensidad de aquel despojo humano. Altivo,
arrogante, rebosante de energía, pleno de vida y poder, con la conciencia
propia de quien se sabe el centro de todo cuanto le rodea, se alzaba
majestuoso, enhiesto como el mástil de una bandera, el miembro viril del
malogrado Román.
Ella lo vio venir en su busca. Leyó la
lujuria en sus ojos ominosos. Sin pensarlo, se hizo un ovillo y se tapó la
cabeza con las sábanas y… luchó en silencio con aquella reminiscencia, con
aquellos deseos soterrados, vagos, que desde hacía días perduraban mucho más
allá del temor que sentía ante la llegada de la noche y… de Román. Mucho más
allá, venciendo al razonamiento lógico de desterrarlos de su mente y de su
alma, esclavizándola, llevándola en volandas a lomos de la pasión más
abominable.
Captó el aliento fétido justo a su
lado cuando las garras huesudas retiraron la ropa de la cama. Se sintió muy
vulnerable, pero no lloró. No esta vez. Algo se había rebelado contra la despiadada
necesidad de huir de aquella situación detestable. Esto se le mostraba ahora
con claridad, pero intuía que llevaba días existiendo, si es que era verdad lo
que pasaba, porque los sueños son caprichosos. A veces nos revelan con un
realismo sobrecogedor las más fantásticas situaciones, incluso las proyectan en
el tiempo como si fuera algo que procede del pasado, que ya hemos vivido, que
forma parte de nuestro entorno cotidiano. Por eso no gritó. Pero ni siquiera
supo si lo hizo solo por eso, o por temor a que él le tapara la boca con sus
zarpas odiosas, o… porque en el fondo lo deseaba.
Al límite entre el horror
y el alivio permitió que le desabrochara el sujetador y se lo quitara...
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