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...Aquella
noche tuve la primera pesadilla.
Estaba
encerrado en una habitación muy pequeña, que parecía asfixiarme, a oscuras y
tumbado boca arriba. Mi corazón latía como si quisiera escapar del pecho.
Una
fuerza exterior me arrastraba sin que yo pudiera evitarlo. Enseguida percibí un
golpe fuerte que me estremeció de pies a cabeza. Después, un carraspeo de uñas,
seguido de un crujido apagado. Y una luz cegadora me sacó de la tenebrosa
oscuridad.
Pero
no me alegró en absoluto la luz del día, porque vi que cuatro manos callosas
retiraban una especie de tapa larga y estrecha, forrada de raso en su parte
inferior, y dos caras aparecieron justo encima mío. Estaban llenas de arrugas.
Mechones de pelo canoso y sucio escapaban por los bordes de sendos pañuelos
negros que cubrían las cabezas, a juego con los hábitos del mismo color que se
apreciaban encima de los hombros y en las mangas. No veía más de ellas, solo
unos ojos oscuros que me miraban desde el fondo de unas cuencas ponzoñosas.
Sus
miradas, ansiosas, parecían deleitarse contemplándome, como si estuvieran
seguras de que yo podría colmar sus anhelos, o su hambre.
Intenté
levantarme para huir, pero me di cuenta de que no podía moverme, aunque sí me
notaba en condiciones de percibir lo que ocurría a mi alrededor, pues vi cómo
sus manos hurgaban en mis ropas, desgarrándolas a la altura de mi vientre.
Con
un esfuerzo sobrehumano, conseguí levantar la cabeza para ver qué estaban
haciendo. Y de súbito quedé paralizado de terror al ver que lanzaban las uñas
hacia mi vientre blanco e indefenso. En ese mismo instante, un dolor
insoportable me convulsionó de pies a cabeza.
Fue
entonces cuando desperté.
El
sueño se ha repetido en muchas ocasiones en los últimos años. Incluso a veces
me despierto a media noche y veo dos caras horribles vigilando mi descanso. No
me sonríen, ni me dicen nada. Solo me miran con la atención propia de quien ha
hecho de ese acto el único fin de su existencia.
Por
estos motivos me he convertido en una persona huraña. Me he apartado de mis amigos.
Incluso he perdido mi trabajo, porque no conseguía concentrarme y mi
rendimiento había caído en picado.
Estoy
totalmente solo, sin nadie con quien hablar, con quien reír. Y lo peor de todo:
sin poder decir lo que me pasa.
Aunque
no fui testigo directo, Mauricio me dejó un legado, por decirlo de alguna
forma, que me está destruyendo.
Debo
decir que he meditado mucho acerca del motivo de que el legado de Mauricio pasara
directamente a mí, sin extenderse por Vianos a pesar de que cuando fue pequeño
intentó hacer valer su historia. Hoy creo conocer la verdad: nadie en el
pueblo, ni incluso su madre, llegó a creerle jamás. Ahí radica la razón de que
yo sea heredero de semejante horror. Yo sí le creí. Me lo decían su ojos
compungidos, esclavos de un temor insufrible, que mostraban unas ganas extremas
de liberarse de una vida sumida en la más aborrecible indefensión. Esa fue la razón
de que su maldición pasara a mí: al creerle, volvía a poner en peligro el
secreto de aquellas viejas malditas.
Ahora
que lo he perdido todo, hasta las ganas de vivir, porque esto se podrá llamar
cualquier cosa menos vida, he decidido contar esta historia a través de estas
páginas. ¡Y necesito que me crean!, porque ya va siendo hora de que pueda
descansar. Aunque al final tampoco haya un perro a quien cargar la culpa de mi
muerte.
¿Hay
brujas en Vianos?
No
sé qué pensarán ustedes, pero yo no albergo ninguna duda...
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