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vía: elmundofil |
...Una noche oí pasos por el corredor.
Yo estaba despierto en aquel instante, porque echaba de menos a mamá y me
costaba conciliar el sueño. Me pareció un poco extraño, en verdad, pero no tuve
demasiado miedo. No pensé mucho en ello y pronto me quedé dormido.
Pero los paseos nocturnos por el
pasillo volvieron a repetirse, incluso acabaron convertidos en una auténtica
rutina.
Y yo comencé a inquietarme. Bueno, a
decir verdad, estaba muy alarmado. Puede que me defina mejor si digo que estaba
muy asustado. ¿Y qué? ¿Hay algo de raro en que un niño de cuatro años se cague
de miedo si oye pasos por el corredor? ¡Dios, cuánto miedo tenía! Imaginaba que
de un momento a otro vería girar la manivela, y en el umbral de la puerta
aparecería el monstruo del castillo o el lobo feroz. Lo vería a pesar de ser de
noche, porque la persiana no ajustaba bien y a través de las rendijas penetraba
una leve luminiscencia procedente de las farolas de la calle. Y cuando pasaba
algún coche y sus faros iluminaban la ventana, aparecían en la pared de
enfrente, incluso en la puerta misma, una serie de franjas paralelas, radiantes
de luz, que se movían según la trayectoria que siguiera el vehículo.