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imagen via: escalofríos.org |
...Aquella
noche tuve la primera pesadilla.
Estaba
encerrado en una habitación muy pequeña, que parecía asfixiarme, a oscuras y
tumbado boca arriba. Mi corazón latía como si quisiera escapar del pecho.
Una
fuerza exterior me arrastraba sin que yo pudiera evitarlo. Enseguida percibí un
golpe fuerte que me estremeció de pies a cabeza. Después, un carraspeo de uñas,
seguido de un crujido apagado. Y una luz cegadora me sacó de la tenebrosa
oscuridad.
Pero
no me alegró en absoluto la luz del día, porque vi que cuatro manos callosas
retiraban una especie de tapa larga y estrecha, forrada de raso en su parte
inferior, y dos caras aparecieron justo encima mío. Estaban llenas de arrugas.
Mechones de pelo canoso y sucio escapaban por los bordes de sendos pañuelos
negros que cubrían las cabezas, a juego con los hábitos del mismo color que se
apreciaban encima de los hombros y en las mangas. No veía más de ellas, solo
unos ojos oscuros que me miraban desde el fondo de unas cuencas ponzoñosas.
Sus
miradas, ansiosas, parecían deleitarse contemplándome, como si estuvieran
seguras de que yo podría colmar sus anhelos, o su hambre.
Intenté
levantarme para huir, pero me di cuenta de que no podía moverme, aunque sí me
notaba en condiciones de percibir lo que ocurría a mi alrededor, pues vi cómo
sus manos hurgaban en mis ropas, desgarrándolas a la altura de mi vientre.
Con
un esfuerzo sobrehumano, conseguí levantar la cabeza para ver qué estaban
haciendo. Y de súbito quedé paralizado de terror al ver que lanzaban las uñas
hacia mi vientre blanco e indefenso. En ese mismo instante, un dolor
insoportable me convulsionó de pies a cabeza.
Fue
entonces cuando desperté.