sábado, 12 de noviembre de 2016

EL VELATORIO



imagen vía: pueblonuevosomostodos.blogstop.com

...La verdad es que estaba cansado, desvelado y solo. Aquel sentimiento de amistad que horas antes hubiera jurado que me unía a Damián se perdía entre la masa gelatinosa en que se habían convertido mis pensamientos en mi mente fatigada. Ya no veía a Damián como un amigo íntimo, y mi presencia allí dejó de revelárseme como un acto de generosidad, para convertirse en la fanfarronada propia de quien pretende hacer valer su condición de hombre indispensable en situaciones delicadas, haciéndose cargo de las circunstancias como si nadie más pudiera hacerlo.
La voz de Sandra cortó estos desvaríos.
—¡Mamá! ¡Mamá! —sus palabras llegaron nítidas, retumbando en el silencio apacible de la casa.
Mientras me recuperaba del sobresalto, volví a oírla.
—¡Mamá! ¿Dónde estás, mamá?
Percibí en el tono de su voz un profundo deje de tristeza. Y casi al instante comenzó a llorar.
—¡Mamá! ¡Mamá!
Aunque en esos momentos no pensé en ello, más tarde me resultaría sorprendente que María no despertase con los gritos de la niña. Al día siguiente me confesaría, con un asomo de culpabilidad, que había tomado tranquilizantes para relajarse y poder descansar. No la culpé por eso, ya que, por lo que pasó a continuación, fue lo mejor que pudo hacer.
Fui a levantarme para atender la llamada de Sandra, cuando una voz cavernosa sonó con fuerza en la misma habitación donde yo estaba.
Ya voy, Sandra. ¡No llores!
Quedé aturdido durante unos instantes, sin comprender lo que ocurría en realidad, sin poder ni querer aceptar la única respuesta que la lógica me ofrecía. Si estábamos dos personas en el interior de la alcoba, y yo guardaba silencio…

—¡Mamá! —gritó Sandra de nuevo, y su voz y su llanto se hicieron casi estridentes.
Las reminiscencias de las palabras que había escuchado momentos antes volvieron a mi mente, cargadas de una premonición que me oprimió el alma. Los segundos siguientes me confirmaron que mis temores no eran infundados. Oí un sonido como de algo que se desliza, ¡procedente del ataúd! Miré con aprensión en esa dirección, y la aprensión se convirtió en horror en estado puro cuando vi las manos de Damián, blancas como la nieve, aferrándose a los bordes del féretro.
Medio hipnotizado, me agarré con fuerza a los brazos del sillón y me apoyé contra el respaldo, con el gesto reflejo de quien prevé la inminencia de un accidente viajando a bordo de un automóvil.
El sonido persistía. Ahora había derivado en una especie de murmullo como de astillas que se rozan. Y contemplé atónito, presa del pánico, cómo Damián se incorporaba frente a mí en su lecho mortuorio.
La voz y el llanto de la niña continuaban oyéndose, llenando la casa de tristeza.
Los labios de Damián dibujaron unas palabras, que mis oídos recogieron en aquel tono cavernoso que tanto me había alarmado segundos antes.
¡No llores, hija mía! Ya voy.
Y fue.
No se puede describir con palabras lo que sentí cuando vi emerger aquella figura pavorosa y deslizarse fuera del ataúd. Sus ciento noventa centímetros de estatura se alzaron ante mí como una aterradora figura surgida del averno, ocupando todo el espacio, como si no hubiera otra cosa en la habitación que no fuera aquel maldito engendro.
Su cara cérea, demacrada, con sus grandes cejas blancas, contrastaba con la luz saludable que entraba por la ventana.
Caminó ante mí con pasos torpes, desmañados, con pasos de muerto. Las manos caían flácidas a lo largo del cuerpo. De un cuerpo marchito que en absoluto llenaba el traje de boda.
No recuerdo si hice algún intento por levantarme y salir corriendo, pero lo que sí puedo asegurar es que no llegué a realizar movimiento alguno. El miedo que sentía era tan grande que anulaba por completo mi voluntad.
Oí unos pasos atropellados por el pasillo, y la voz de Sandra, ahora más cerca...


2 comentarios:

  1. Por favor,no deje usted de escribir

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    1. Muchas gracias por su interés. Seguiré escribiendo mientras haya gente dispuesta a leerme. Un abrazo.

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