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...Otra vez, las criaturas misteriosas
de las sombras trataron de arrastrarlo consigo. Un terror frío lo paralizó
cuando comprendió el fin que perseguían.
Apareció una tercera figura desde la
oscuridad profunda de su conciencia. En la parte superior derecha de la frente
tenía una herida abierta, a través de la cual rezumaba parte de la masa
encefálica formando grumos, producto del aplastamiento de la caja craneal. Los
coágulos le tapaban el ojo y parte del pómulo. El resto de la cara, o lo que
quedaba de ella, estaba bañado en sangre que le goteaba sobre el pecho, detrás
de una maraña de pelo enredado.
Con aquel ojo visible le dirigió una
mirada impersonal, indiferente, carente de vida.
Eduardo se estremeció de pies a
cabeza. A través del cabello enmarañado que medio ocultaba el rostro del recién
llegado, consiguió reconocer aquel ojo que le miraba sin emoción.
Unas ganas enormes de gritar hicieron
que un dolor irracional emergiera desde las profundidades de su pecho
acompañando al aire que portaba su voz. Y gritó. Logró que una mezcla informe
de voz humana y alarido desgarrado por el sufrimiento que sacudía todo su
cuerpo irrumpiera en su garganta con una fuerza desmedida.
—¡Silvia! ¡Oh, Dios mío, Silvia!
Ella no prestó atención a sus palabras
y se unió a ellos, a los que le acosaban, a aquellos que, ya no le quedaba
ninguna duda, pretendían arrebatarlo a este mundo.
—Que alguien le administre un tranquilizante.
Esas convulsiones le van a producir daños irreversibles —decía una voz anónima,
que llegaba hasta sus oídos lejana, como enredada en los trinos de las aves que
poblaban el bosque. Estaba en un lugar paradisiaco, lleno de luz y de vida,
que, ironías del destino, se empeñaba en certificar su muerte.
—Parece que ha nombrada a una chica
—decía otra voz, como si estuviera a mil kilómetros de distancia—. Buscadla. No
puede estar muy lejos.
Las tinieblas descendieron otra vez a
su mundo limitado y sofocante. Apaciguaron el dolor físico que le agobiaba en
los momentos de lucidez, pero le dejaron solo, frente a frente con aquel
torbellino descontrolado de manos tirando de él.
Silvia asumía más protagonismo y ahora
agarraba sus ropas con un afán que contrastaba con aquella mirada carente de
emociones que Eduardo captaba en su ojo visible.
La presencia de su novia, lastimada y
cubierta de sangre, intentando arrastrarlo hacia aquella monstruosa dimensión
que su cerebro a duras penas alcanzaba a intuir tras los denodados esfuerzos de
aquellas criaturas que parecían surgidas del averno, junto a aquella carencia
de sentimientos que manifestaban sus semblantes, lo reducía a un estado
depresivo de tal magnitud que se sentía falto de ganas para seguir luchando.
Se notaba vulnerable y liviano como si
flotara, como si el suelo se desvaneciera debajo de su cuerpo...
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