domingo, 18 de septiembre de 2016

CRIATURAS DE LAS SOMBRAS


Imagen vía: revistavocesdelmisterio.wordpress.com

...Otra vez, las criaturas misteriosas de las sombras trataron de arrastrarlo consigo. Un terror frío lo paralizó cuando comprendió el fin que perseguían.
Apareció una tercera figura desde la oscuridad profunda de su conciencia. En la parte superior derecha de la frente tenía una herida abierta, a través de la cual rezumaba parte de la masa encefálica formando grumos, producto del aplastamiento de la caja craneal. Los coágulos le tapaban el ojo y parte del pómulo. El resto de la cara, o lo que quedaba de ella, estaba bañado en sangre que le goteaba sobre el pecho, detrás de una maraña de pelo enredado.
Con aquel ojo visible le dirigió una mirada impersonal, indiferente, carente de vida.
Eduardo se estremeció de pies a cabeza. A través del cabello enmarañado que medio ocultaba el rostro del recién llegado, consiguió reconocer aquel ojo que le miraba sin emoción.
Unas ganas enormes de gritar hicieron que un dolor irracional emergiera desde las profundidades de su pecho acompañando al aire que portaba su voz. Y gritó. Logró que una mezcla informe de voz humana y alarido desgarrado por el sufrimiento que sacudía todo su cuerpo irrumpiera en su garganta con una fuerza desmedida.
—¡Silvia! ¡Oh, Dios mío, Silvia!
Ella no prestó atención a sus palabras y se unió a ellos, a los que le acosaban, a aquellos que, ya no le quedaba ninguna duda, pretendían arrebatarlo a este mundo.
      Las tinieblas se disiparon con incontenible virulencia y se llevaron consigo las tres siluetas. Y una luz profusa iluminó todo el espacio, esparciendo en su entorno el trajín atropellado de los que pugnaban por amarrarlo a la vida. Sentía su cuerpo estremecerse, como si el dolor y la fiebre lo sacudieran, lo agitaran como una marioneta en las manos de un demente.
—Que alguien le administre un tranquilizante. Esas convulsiones le van a producir daños irreversibles —decía una voz anónima, que llegaba hasta sus oídos lejana, como enredada en los trinos de las aves que poblaban el bosque. Estaba en un lugar paradisiaco, lleno de luz y de vida, que, ironías del destino, se empeñaba en certificar su muerte.
—Parece que ha nombrada a una chica —decía otra voz, como si estuviera a mil kilómetros de distancia—. Buscadla. No puede estar muy lejos.

Las tinieblas descendieron otra vez a su mundo limitado y sofocante. Apaciguaron el dolor físico que le agobiaba en los momentos de lucidez, pero le dejaron solo, frente a frente con aquel torbellino descontrolado de manos tirando de él.
Silvia asumía más protagonismo y ahora agarraba sus ropas con un afán que contrastaba con aquella mirada carente de emociones que Eduardo captaba en su ojo visible.
La presencia de su novia, lastimada y cubierta de sangre, intentando arrastrarlo hacia aquella monstruosa dimensión que su cerebro a duras penas alcanzaba a intuir tras los denodados esfuerzos de aquellas criaturas que parecían surgidas del averno, junto a aquella carencia de sentimientos que manifestaban sus semblantes, lo reducía a un estado depresivo de tal magnitud que se sentía falto de ganas para seguir luchando.
Se notaba vulnerable y liviano como si flotara, como si el suelo se desvaneciera debajo de su cuerpo...


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