sábado, 7 de enero de 2017

NO ESTAMOS SOLOS



imagen vía: debeverse.com
...Era una tarde mustia de finales de julio. Un sol abrasador perlaba de sudor las frentes de las numerosas personas que se habían dado cita para asistir a la trágica ceremonia. Durante unos minutos permanecí distante, casi ausente, de aquella directísima relación que me unía a aquel acto de pesadilla. Tan turbado me sentía, que tenía la sensación de que todo aquel asunto no iba conmigo.
Ojeé en mi entorno, un poco sobrecogido por la multitud que nos rodeaba a mi familia, al sacerdote y a mí. Aquí y allá, el sol arrancaba destellos del pulcro mármol de las lápidas. Algunos cegaron mis pupilas.

El sacerdote pronunció la última plegaria. El ataúd, prendido de una fuerte cuerda, descendía lento e inexorable hacia el fondo de la fosa. Instantes después, el impacto de la primera palada de tierra sobre la tapa del féretro —¡Cielo santo, qué pequeño era!—, produjo un golpe seco y sonoro que quebró con violencia el silencio vespertino. El sonido tuvo, además, la virtud de hacerme estremecer, sacándome de mi abstracción. Con un gesto casi mecánico miré a mi esposa y vi la desesperación en su rostro; mi suegra, situada a su lado, compartía el mismo estado de ánimo. Fue entonces cuando volví a tomar conciencia de lo que ocurría. Y un dolor lacerante, abrasivo, me atravesó el corazón como una flecha incandescente. El aire pesado de la tarde se me hizo sofocante, casi irrespirable, y me dejé arrastrar por la inercia de una situación que me empujaba hacia el mismo centro del infierno.
La fosa fue llenándose de tierra.
Después, algunas palmadas en la espalda, unos apretones de manos y no menos palabras de pésame y consuelo, nos fueron anunciando que la multitud se diluía. Un rato más tarde, solo quedábamos mi esposa, su madre y yo. Bueno, tengo que decir que también estaba Pablo; pero…, cuando volviéramos a casa, él no vendría con nosotros. ¡Cielo santo, yo no sabía si podría soportarlo!
Aquella noche, nadie en casa fue capaz de ingerir alimento alguno, y dudo mucho de que alguien consiguiera dormir. En lo que respecta a mí, no me fue concedido el privilegio de conciliar el sueño ni un solo minuto durante toda la noche. Y en aquellas largas horas de insomnio, mi mente, a título de homenaje póstumo, fue representando con todo lujo de detalles la última etapa de la historia de mi vida, de esa parte de mi historia en la que tan importante papel había jugado la presencia de mi hijo Pablo...


No hay comentarios:

Publicar un comentario