domingo, 19 de febrero de 2017

DOS DE MAYO

imagen vía:fotosdigitalesgratis.com
            Aunque ya han pasado diez años, maldigo con toda mi alma el recuerdo de aquella noche maldita.
            Tras una tarde plena de drogas y alcohol, mis amigos, mi novia Eva y yo nos fuimos al bosque porque ella nos había metido en la cabeza que podíamos invocar al Diablo. Eva era una chica hermosísima pero a veces resultaba un tanto inquietante. Siempre hablaba de películas y libros de terror, de aparecidos, invocaciones y todo lo que concierne al lado oscuro de las personas, ese por el que tanto le gusta a ella adentrarse.
            ¡Qué estupideces más grandes se hacen a veces!
            Recuerdo que aquella noche, tras convencernos del acto que ella más que nadie pretendía llevar a cabo, fue a su casa y trajo una vela y un libro muy antiguo con tapas de cuero repujado y laboriosas incrustaciones doradas. Yo no tenía ni idea de dónde había sacado semejante ejemplar. Pero sí recuerdo que al verlo pensé en el Necronomicon del árabe loco Abdul Alhazred, que tanto se menciona en las obras H. P. Lovecraft. Pero no, no era el Necronomicon; se titulaba Invocaciones Satánicas.
            Por recomendación suya nos sentamos sobre la hierba formando un corro en torno a la vela y al libro. Encendimos la vela, cuya llama oscilaba a merced de una brisa suave que asimismo estremecía las hojas de los árboles. Eva abrió el libro por la página que tenía marcada y, ejerciendo de maestra de ceremonias, nos dijo que nos cogiéramos todos de las manos y, a la luz de la vela, empezó a leer en voz alta unas extrañas palabras que sonaron aterradoras en la quietud de la noche.
            No entiendo cómo lo conseguimos, si ninguno, ni incluso ella misma, estaba en su cabales. Pero lo logramos. No sé cómo, pero lo logramos. Y jamás Eva y yo nos arrepentiremos lo bastante.
            El Diablo se nos apareció, y para que su recuerdo trascendiera nuestro estado embriaguez, nos exigió un tributo a Eva y a mí. Fue a nosotros dos, porque formábamos la única pareja que se sentaba en el corro aquella noche.
            Nosotros solo teníamos que aceptar el desafío y él se encargaría de los detalles.
            Ahora, tras los diez años que nos concedió de tregua, estoy viendo los resultados. Y no pueden ser más desesperantes. ¡Cuánto daría por volver atrás en el tiempo! ¡Por no haber ido al bosque aquella maldita noche!
            ¡Sí todo parecía una broma! De veras. Una payasada de juventud. Así lo entendí aquella noche y por eso di mi conformidad ¿Cómo unos fumados y chispos podrían contactar con el Diablo? No tiene sentido.
            Pero sí lo tenía. Y es que no albergo ninguna duda de que él se dejó hacer.

            Dos años después de aquella noche, me casé con Eva, y un año más tarde nació nuestra hija Ana María. Sabíamos que iba a ser la única, porque tras unas complicaciones en el parto, Eva quedó estéril.
            Aun así, éramos felices, nos queríamos muchísimo y nos llevábamos la mar de bien, y nuestro amor se veía colmado con aquel diablillo rubio que tanta alegría daba a nuestro hogar.
            No nos faltaba nada.
            Nada, hasta esta noche pasada en que he tenido una pesadilla cruel: el Diablo mismo en persona, la misma imagen que vimos ante nosotros aquella aciaga noche, se me ha presentado en sueños y me ha sugerido que viniéramos hoy al cementerio para ver si todo está a nuestro gusto.
            Mi mujer, temiéndose lo peor, no ha querido acompañarnos. Pero yo no he podido evitarlo: una fuerza ajena a mi voluntad me ha impulsado a venir. Y ese mismo impulso me ha obligado a traerme a mi hija. Tampoco he podido evitarlo.
            Para ver si todo está a nuestro gusto. ¡Tiene guasa la cosa!
            Hundido por el dolor que crece en mi pecho, me seco las lágrimas con el dorso de la mano. Una incomprensible atracción lanza mis ojos una y otra vez hacia la tumba que tengo delante. El epitafio de la lápida es muy claro, no deja lugar para las dudas:
Ana María López Cuesta
Fallecida el 2 de mayo de 2.016
A los 7 años de edad.

            Mi hija Ana María también lo lee y me aprieta la mano con fuerza.
            —¿Será eso verdad, papá? —me pregunta con el rostro compungido y las lágrimas brillando en sus ojos vedes.
            Se me hace un nudo en el pecho. Pero ella me mira con rostro expectante, desesperado. Me siento obligado a contestarle.
            —Sí, hija mía, es verdad.      
            Ambos lloramos desolados.
            Hoy es treinta de abril.
            Faltan solo dos días.



sábado, 4 de febrero de 2017

ALMAS ERRANTES

imagen via: elpensante.com
...Había un hombre junto al lavabo, ataviado con el pijama característico del hospital. Estaba situado de espaldas, silencioso, como si le esperara. Esa fue la impresión que le dio a Israel, porque le parecía increíble que se pudiera utilizar el baño con la luz apagada, sin el más mínimo reflejo con el que ayudarse.
—¡Diablos! ¿Qué hace usted aquí? —profirió sobresaltado, exhalando un gemido ronco que se propagó de manera siniestra por todos los rincones de la habitación.
—En mal momento has venido, amigo —dijo el desconocido con una voz pegajosa, que parecía flotar en el aire, al tiempo que se giraba con la mayor parsimonia del mundo, como si esperara que el recién llegado tomara conciencia plena de su presencia.