sábado, 21 de enero de 2017

EL NOVIO DE SAMANTA

           
imagen vía: codigoespagueti.com
          Samanta caminaba despacio por una sala en penumbra. Aquí y allá, dispuestas sin ningún orden aparente, se veían varias peanas donde descansaban enormes frascos de cristal. Dentro de estos, sumergidas en formol, había cabezas humanas. Eran de mujeres morenas, con el pelo muy largo, seguro que en vida les llegaba a la cintura. En la base de cada frasco, una lámpara que proyectaba una luz tenue dotaba a la cabeza de un fulgor azulado que le daba un aspecto horrible.
            Le resultaba insufrible observar aquellas caras tristes, cercenadas en la flor de la vida, mudos testigos de la crueldad gratuita que a veces guía los pasos del hombre. Aun así, había algo que tiraba de ella, era como un hilo invisible, que la arrastraba hacia el final de aquella colección macabra. Y allí estaba, clausurando una estampa que parecía surgida del averno, el último frasco, la adquisición más reciente: su propio rostro mirándola desde las profundidades del líquido odioso.  
            Estaba sudando a mares cuando despertó. Las últimas imágenes de la pesadilla flotaban a su alrededor mientras se diluían en el vacío.

            Todo empezó cuando oyó la noticia en la tele:
            "Un nuevo cuerpo ha sido encontrado en el Polígono Campollano de Albacete. Igual que los anteriores, está decapitado. Algunos trabajadores de la fábrica junto a la que fue abandonado el cadáver, basándose en la ropa que lleva, afirman conocer a la víctima, una mujer morena de unos treinta y cinco años de edad que lucía un pelo muy largo. Estas personas también han declarado que durante las últimas semanas la joven iba acompañada por un desconocido. Esto hace pensar a la policía que podría tratarse de una especie de coleccionista de cabelleras, que seduciría a sus víctimas para después asesinarlas y cortarles la cabeza".
            Acompañaba esta información el retrato robot de un hombre joven y apuesto que tenía un parecido asombroso con su actual novio.
            Esta noticia era del día anterior, aunque sabía que habían pasado unas semanas desde que se produjera el primer asesinato, poco antes de que ella empezara a salir con Luis. ¿Sería ese su verdadero nombre? En realidad, conocía muy poco de él. Solo, que era un hombre muy simpático, y guapo, que la abordó un día a la salida de una cafetería pidiéndole fuego. Al fin dieron un paseo. El desconocido la encandiló con su verborrea fácil, su amabilidad, sus detalles y, sobre todo, con aquella sonrisa encantadora y juvenil que tenía la virtud de descolocarla.   
            Desde entonces salían juntos. Aunque no todos los días; a veces, él se excusaba con el trabajo y posponía la cita para el día siguiente. Ahora, atando cabos, se daba cuenta de que estos trabajos a deshora coincidían con la aparición de las víctimas.

            Eran las ocho de la tarde, la hora en que él venía a buscarla. Oyó el sonido característico del todoterreno de Luis. Siempre tan puntual como un reloj suizo. Recordó la pesadilla. Sobre todo, aquella parte en que su rostro la miraba desde el interior del último frasco de la colección. Por el tiempo que llevaban juntos, intuyó que podría ser ella la siguiente víctima. Tenía que hacer algo para evitarlo. Samanta cogió las tijeras y se cortó, por encima de los hombros, la hermosa cabellera que siempre le gustó lucir hasta la cintura.


           




























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