domingo, 25 de diciembre de 2016

CENA DE NOCHEBUENA


—Papá —dijo David, mirando a su padre con ojos de súplica—, ¿vendrá mamá a cenar con nosotros? Tengo muchas ganas de verla.
Pedro se acercó al niño, se agachó junto a él y le apretó con fuerza. En todo momento procuró que su hijo no viera la angustia en sus ojos, aquellas lágrimas que brillaban como perlas en sus pupilas.
—No creo que... que pueda, hijo mío. No va a ser posible.
—No seas pesado —intervino Aurelia, que en esos momentos entraba en el salón cargada de platos y cubiertos—; ya sabes que está enferma. Cuando mejore, podrá venir a casa, pero ahora la están cuidando en el hospital.
—Eso es. Tu hermana tiene razón. Cuando mejore le darán el alta y vendrá con nosotros.
—Pero se va a perder los regalos de esta noche. Yo quiero ir a verla al hospital.
—Lo siento, David, pero los médicos han dicho...
No pudo aguantar más, y apartándose de su hijo salió del cuarto, en un intento de que su llanto desolado no inundara de tristeza la habitación.
—¿Por qué no me ayudáis a poner la mesa? —inquirió Aurelia, ajena al episodio de dolor que vivía su padre.

sábado, 10 de diciembre de 2016

LA INVITACIÓN


imagen vía: todocoleccion,net
...—Oye... —dijo Enrique, tan de improviso que le asustó.
—¿Qué…? ¿Qué dices? —preguntó Daniel.
—Quiero que sepas que me caso a finales del mes que viene. Me gustaría, si no tienes nada mejor que hacer ese día, que vinieras a mi boda.
—Si esto es una invitación formal, iré.
—Lo es, pero de todos modos te enviaré una tarjeta.
—De acuerdo.
—Tú también estás invitado —añadió Enrique, extendiendo el brazo hacia atrás y golpeando la tapa del ataúd, mientras observaba divertido la mirada de desaprobación que le dirigía Daniel—. Que no se te olvide. Y disculpa que no pueda mandarte a ti otra tarjeta. La verdad es que no sabría qué dirección poner en el sobre —concluyó riendo.
—¿No crees que te estás pasando un poco? —le reprochó Daniel.
—¿Por qué? ¿Es que él no tiene derecho a divertirse? ¿Te imaginas la que se iba a liar si se presentara en el banquete? ¡Esa sí que iba a ser gorda! —volvió a reír mientras giraba la cabeza hacia atrás—. Además, si te portas bien, después de que me haya casado podrás ir a cenar a mi casa siempre que te apetezca. ¿Entendido? Allí te esperaré.