sábado, 26 de noviembre de 2016

EL CASTILLO HINCHABLE


imagen vía: hdfondos.eu
—Vamos a llegar muy tarde —se quejaba Leandro.
—No seas agonías —dijo Ismael mientras le miraba divertido—. Vamos a la fiesta de cumpleaños de un niño, ¿qué más dará que lleguemos una rato antes que después? Cuando inflemos las gomas y los críos den cuatro saltos, todo estará tranquilo. Ya lo verás.
            —Pero así no son las cosas. Estamos empezando, y si ya en los primeros trabajos nos retrasamos, vamos a coger mala fama. Y ese es mal asunto con la crisis que atravesamos.
            —Si no te quito la razón, pero cómo voy a correr más con la niebla que hay. Además, este camión es inmenso, y ya ves la carretera que llevamos, que apenas cabemos por ella.
            —Si hubiéramos salido antes…
            Ismael le miró y le dio a la cabeza. En ese instante, oyó la voz desesperada de Leandro.
            —¡Frena! ¡Por Dios, frena, que te lo llevas por delante!
         Ismael giró la cabeza a tiempo de ver al sujeto delante del parabrisas. Pisó con fuerza los pedales del freno y del embrague. Pero la figura desapareció por debajo del frente del camión.

sábado, 12 de noviembre de 2016

EL VELATORIO



imagen vía: pueblonuevosomostodos.blogstop.com

...La verdad es que estaba cansado, desvelado y solo. Aquel sentimiento de amistad que horas antes hubiera jurado que me unía a Damián se perdía entre la masa gelatinosa en que se habían convertido mis pensamientos en mi mente fatigada. Ya no veía a Damián como un amigo íntimo, y mi presencia allí dejó de revelárseme como un acto de generosidad, para convertirse en la fanfarronada propia de quien pretende hacer valer su condición de hombre indispensable en situaciones delicadas, haciéndose cargo de las circunstancias como si nadie más pudiera hacerlo.
La voz de Sandra cortó estos desvaríos.
—¡Mamá! ¡Mamá! —sus palabras llegaron nítidas, retumbando en el silencio apacible de la casa.
Mientras me recuperaba del sobresalto, volví a oírla.
—¡Mamá! ¿Dónde estás, mamá?
Percibí en el tono de su voz un profundo deje de tristeza. Y casi al instante comenzó a llorar.
—¡Mamá! ¡Mamá!
Aunque en esos momentos no pensé en ello, más tarde me resultaría sorprendente que María no despertase con los gritos de la niña. Al día siguiente me confesaría, con un asomo de culpabilidad, que había tomado tranquilizantes para relajarse y poder descansar. No la culpé por eso, ya que, por lo que pasó a continuación, fue lo mejor que pudo hacer.
Fui a levantarme para atender la llamada de Sandra, cuando una voz cavernosa sonó con fuerza en la misma habitación donde yo estaba.
Ya voy, Sandra. ¡No llores!
Quedé aturdido durante unos instantes, sin comprender lo que ocurría en realidad, sin poder ni querer aceptar la única respuesta que la lógica me ofrecía. Si estábamos dos personas en el interior de la alcoba, y yo guardaba silencio…